Desde el 8 al 14 de abril, tuvimos la suerte de participar en un intercambio de estudiantes entre el Instituto Aabenraa20 de la localidad danesa de Aabenraa y el Instituto de Secundaria español Carlos III de Aguadulce, entre alumnos de 4º de secundaria.
No era la primera actividad extraescolar en la que participaba, pero sí el primer intercambio escolar que realizaba, ya habíamos recibido la visita del grupo danés en España y ahora era nuestro turno, debíamos emprender viaje hacia Dinamarca y sumergirnos en esa cultura, en esa forma de vida nórdica que a priori parecía nos iba a chocar.
Y eso fue lo que nos sucedió, todo era distinto a nuestros hábitos cotidianos mediterráneos, los horarios (a las cinco de la tarde se paralizaba la vida exterior y comenzaba la vida en el interior de sus casas), la gastronomía, la extrema amabilidad y cordialidad, el tráfico, la organización de sus ciudades, los barrios y hasta sus casas, en definitiva una inmersión no solo lingüística (que era la que pretendíamos y de la que queríamos aprender) sino una nueva perspectiva social, cultural, otra forma de vivir, ni mejor ni peor que la nuestra, muy distinta y de la que debíamos aprender, de la que debíamos extraer sus aspectos positivos para enriquecer nuestro día a día en Aguadulce. Y es que aunque fueron pocos días, disfrutamos esta experiencia de manera muy intensa, en el instituto danés, en sus clases, conociendo el inesperado estilo que tienen en sus centros educativos, la forma en la que entienden la educación, en la convivencia con las familias danesas, con nuestros padres y hermanos que nos acogieron en sus hogares temporalmente, descubriendo en primera persona las relaciones interpersonales y sus costumbres cotidianas. Pero quizás, lo que más nos chocó durante nuestra estancia es esa sociedad abierta que se plasmaba en los amplios ventanales que sin rejas ni cortinas mostraban el interior de sus casas a cualquier viandante; nosotros, acostumbrados como estamos a colocar rejas, persianas, cortinas, entre nuestras viviendas y el exterior, acostumbrados como estamos a guardar nuestra intimidad entre las paredes de nuestras casas caminábamos sorprendidos entre ellas, mientras volvíamos a casa.
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